Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
DIARIO DE A BORDO



Comentario

Colón en Portugal


Hablar a estas alturas de dudas, enigmas, secretos y demás oscuros designios relativos a nuestro descubridor suena ya casi a familiar. Más de uno podrá decir con razón: ¿qué otra cosa se ha hecho hasta ahora? Así es, en efecto. Sin embargo, la estancia portuguesa, por larga y trascendental para el descubrimiento de América, cobra tintes especiales. Casi una década (1476-1485) viviendo en Portugal y siendo como vecino y natural de ese Reino, casándose allí y emparentando con una familia, dicen que de cierto relieve social, navegando por mares celosamente reservados a los portugueses, alcanzando predicamento en la corte y ante el rey; casi diez años --repetimos-- y todo lo que conocemos de tan larga etapa se debe exclusivamente a recuerdos posteriores del propio Colón, a cronistas que escribirán tras el triunfo o a documentos guardados en archivos españoles, como aquella carta de 1488 que Juan II de Portugal envió a Colón, ya entonces en Castilla gestionando su proyecto descubridor, dándole garantías para que regresara a su corte y llamándole nuestro especial amigo29.

Pues bien, este especial amigo del monarca portugués no ha dejado rastro documental alguno en tierra lusitana. Algunos historiadores explican este hecho tan insólito recurriendo al destino fatídico que en forma de terremoto destruyó Lisboa y el Archivo de Marinharía en 1755. Sin embargo, no han podido responder a preguntas tan simples como las siguientes: ¿por qué se salvaron otros papeles de la misma época relativos también a empresas y hombres de mar? ¿Cómo es posible que no haya aparecido ni un informe ni un documento privado, personal en ése o en cualquier otro archivo relacionado directa o indirectamente con Colón? Ciertamente cuesta creer que dicho terremoto tuviera carácter tan selectivo.

En mayo de 1505 escribe don Cristóbal al Rey Católico y le dice: Dios Nuestro Señor, milagrosamente me envió acá (Castilla) porque yo sirviese a Vuestra Alteza; dije milagrosamente, porque yo fui a aportar a Portugal, a donde el rey de allí entendía en el descubrir más que otro; Él le atajó la vista, oído y todos los sentidos, que en catorce años no le pude hacer entender lo que yo dixe30.

Hoy por hoy suele aceptarse casi por unanimidad el año de 1476 como fecha de arribada de Colón a Portugal31. Lo haría el 13 de agosto de ese mismo año como consecuencia de un combate naval en que el futuro descubridor estuvo a punto de perder la vida. Sin embargo, la polémica brota cuando se intentan explicar las circunstancias de su llegada. Merece la pena ambientar este señalado episodio de la vida colombina.

Habíamos dejado a Cristóforo Colombo merodeando por las costas mediterráneas, yendo y viniendo de un sitio para otro y alternando oficios de mercader con otros de corsario. No se puede precisar rotundamente si esta última actividad la ejerció solo o formando parte de una flota más poderosa. Tal como se presenta para el historiador el panorama corsario, es razonable pensar que --al menos en torno al año 1476-- formó compañía con otros.

Dos figuras han dejado rastro32 documental como afamados corsarios: uno Guillaume Casanove-Coullón, almirante-corsario francés, conocido en Italia por Colombo y en España por Colón el Viejo. Estaba al servicio de Francia, y ésta a su vez era aliada de Portugal; ambos Estados apoyaban los derechos dinásticos de doña juana la Beltraneja al trono castellano en contra del partido de su tía Isabel la Católica. La guerra de sucesión castellana (1475-79), con implicación de vecinos, resultaba una oportunidad inmejorable para cualquiera que ejerciese de corso. El ataque a una flota genovesa el 13 de agosto de 1476 junto al cabo de San Vicente es obra suya.

El otro corsario con fama en los mares europeos se llama Jorge Bissipat; era griego de origen y se le conocía como Colombo el Mozo. Estando al servicio del monarca galo Luis XI llevó a cabo empresas señaladas, sobre todo entre 1474 y 1485. Atacó las costas de los Estados rivales de Francia, especialmente Borgoña, y colaboró con los reyes portugueses, teniendo sus costas y puertos por aliados. La captura de la flota veneciana en 1485 junto al mismo cabo de San Vicente la dirigió él con gran éxito.

Antes de detenernos en los puntos controvertidos, empecemos por lo que casi todos aceptan: el 13 de agosto de 1476, a la altura del cabo de San Vicente, la poderosa escuadra de Casanove-Coullón (Colombo el Viejo) divisó una flota comercial en ruta hacia Inglaterra compuesta por cuatro naves genovesas y una urca flamenca. A pesar de que los genoveses estaban en paz con el rey francés y llevaban un salvoconducto suyo no se les respetó, bien porque les creyeran venecianos o porque la embarcación flamenca llevara visible el estandarte de Borgoña, enemiga declarada de Francia. Se entabló un violento combate que duró desde la mañana hasta la tarde y fue desastroso para ambas partes. El corsario perdió cuatro naves y los genoveses tres. Los muertos fueron numerosos. A Cristóbal Colón, presente en el escenario, se le incendió su barco, pero salvó la vida arrojándose al mar y nadando hasta la orilla con la ayuda de un remo que a ratos le sostenía mientras descansaba33. Un hombre como Colón debió convencerse pronto de que tras el remo se escondía la mano de la Providencia. Acababa de salvar milagrosamente su vida.

Cuando Hernando Colón34, seguido fielmente por Las Casas, transmite su versión sobre este episodio colombino mezclando batallas, años y contendientes no sólo está levantando un monumento a la confusión, sino también encendiendo futuras polémicas.

En primer lugar, mezcla dos combates navales ocurridos en aguas próximas al cabo de San Vicente, pero en distinta fecha: durante el combate de 1476 Colombo el Viejo, como ya hemos dicho, se enfrenta a una flota genovesa, resultando un choque muy violento y de grandes pérdidas humanas y materiales; mientras que en 1485, Colombo el Mozo se opone a una flota veneciana que regresaba de Flandes sin que a ello siguiera un combate sangriento, sino simple rendición veneciana. Y por último, Hernando relaciona al futuro descubridor de América con la compañía de Colombo el Mozo --por tanto con el suave enfrentamiento de 1485 entre dicho corsario y los venecianos, --y no se olvide que en esta fecha don Cristóbal estaba ya en Castilla--, mientras que lo que describe minuciosamente es el violento combate naval de 1476 protagonizado por Colombo el Vicio y los genoveses.

¿Cómo explicar esta refundición hernandina, verdadero alarde de ligereza informativa, cuando no de tergiversación manifiesta? Si se leen con detenimiento los primeros capítulos de la Historia del Almirante no deja de tener lógica esta argucia: pugna por demostrar antecedentes nobles del apellido Colón y combate apasionadamente el origen humilde pregonado por escritores como Giustiniani; para Hernando, tan necesitado de sangre distinguida, vale más el renombre de un corsario que además fue almirante cual Colombo el Mozo, aunque su fama llegara a extremos tales que con su nombre espantaban a los niños en la cuna, que no de anónimos y despreciados tejedores o laneros. La mejor síntesis de estos pensamientos queda resaltada cuando pone en boca de su padre: Yo no soy el primer Almirante de mi familia; pónganme, pues, el nombre que quieran, que al fin David, Rey sapientísimo, fue guarda de ovejas, Y después fue hecho Rey de Jerusalem, y yo siervo soy de aquel mismo Señor que le puso a él en tal estado35.

En 1537-39, cuando Hernando escribía tan confuso pasaje, mezclar batallas, años y contendientes podía ser un recurso airoso que eliminara cualquier mancha entre el apellido Colón y Génova, metiendo en danza a rivales venecianos y a su vencedor Colombo el Mozo. De esta manera no se sabría, al menos por pluma de un Colón, que el descubridor de América con quien participó fue con Colombo el Vicio en el combate naval de 1476, y contra mercaderes genoveses y de su misma tierra, algunos de cuyos herederos directos estaban desde un principio ligados a los negocios colombinos.

La crítica histórica ha interpretado este episodio dando versiones para casi todos los gustos. Los apasionados del Colón genovés36 claman defendiendo la imposibilidad de que un hombre tan amantísimo de su patria luchara contra sus mismos conciudadanos. No hay lógica, argüirán. Y entonces lo colocan en el combate, sí, pero mandando una nave genovesa, y siendo, por tanto, una víctima más del pérfido corsario Casanove-Coullón o Colombo el Viejo. Desde esquemas patrióticos actuales o del siglo pasado no les falta razón. Pero se olvida con frecuencia que en aquel entonces y para nuestro descubridor --tan grande como complejo-- podría no ser válida la lógica actual.

Otros37 contestarán rotundos: nada se opone a que un personaje que ha ejercido de corsario durante los años inmediatos a 1476 siga siéndolo ahora con más mar por delante y más compañía. Es posible que sus obsesiones económicas, con una pizca menos de misticismo que años después, se encaminen a la búsqueda de botín y de riqueza, riqueza que se convertiría pronto en oro, que del oro se hace tesoro, y con él, quien lo tiene, hace cuanto quiere en el mundo, y llega a que echa las ánimas del Paraíso38.

Los que ven a Cristóbal Colón cual honorable mercader genovés, además de patriota y, por ende, víctima, no han contestado de manera concluyente a preguntas como las siguientes: ¿Por qué, si fue así, su nombre no aparece entre los tripulantes de esta flota genovesa, a pesar de considerársele capitán de una embarcación, cuando se conoce el de los demás? ¿Por qué no se refugia en la bahía de Cádiz, donde fueron a parar las dos naves genovesas que lograron salvarse? ¿Por qué en su testamento ordena que se paguen secretamente unas cantidades a genoveses (di Negro, Spínola) que resultaron perjudicados precisamente en esta batalla, si no es como descargo de conciencia? Y puestos a poner sobre el tapete su patriotismo, ¿por qué no se declara constantemente genovés, y en cambio dice una y otra vez que es extranjero? Por todo ello, lo del patriotismo colombino no sirve aquí.

De las demás posturas críticas, unas eclécticas, otras más matizadas, sirva para terminar aquella discutible y discutida que considera este episodio colombino contenido en la Historia del Almirante, raíz de donde parte la polémica de los historiadores, como una burda superchería39 no atribuible a la pluma hernandina. De ninguna manera estamos de acuerdo con esta interpretación.

Veíamos a Colón tras la batalla del cabo de San Vicente salvando su vida de milagro. Repuesto de tanto susto y tan forzado baño, demos respiro al náufrago y dejémosle que se reponga en Lagos, población marinera del sur de Portugal. Observémosle conversando con los naturales y contemplando el misterioso Océano, fuente de aventuras, de relatos fantásticos, de algo que atrae a un espíritu inquieto como Colón. E incluso acercaría su curiosidad a Sagres, peñón roquero junto al cabo de San Vicente, academia del saber marinero en los tiempos gloriosos y aún cercanos de D. Enrique el Navegante, lugar donde se habían reunido habilidosos dibujantes de cartas marinas, inventores de nuevas técnicas y aparatos con que progresaron los grandes viajes, maestros astrólogos, expertos navegantes. Y aunque Lisboa, --de la mano firme del futuro rey don Juan II, encargado de las empresas oceánicas-- empezaba a centrar toda la actividad marinera de Portugal, aún significaba mucho ese balcón atlántico situado al sur. Suerte o providencia, Colón se encontraba en la costa más sugestiva para un navegante de altos vuelos.

Si en ciencia y técnica Portugal era toda una escuela, no era menos incitante para el hombre dedicado al comercio. Así sucedía que aventureros, proyectistas, soñadores de tierras y mundos nuevos, comerciantes de esclavos, mercaderes, prestamistas --el futuro descubridor era una rara mezcla de todo esto-- todos encontraban grandes alicientes en Portugal.

Cristóbal Colón llegó a esta tierra en 1476, cuando Castilla y Portugal estaban en guerra, cuando el golfo de Cádiz hervía por la parte del mar, cuando los intereses comerciales de las grandes compañías europeas ponían a navegar carabelas y flotas, cuando Lisboa o Valencia, por poner dos casos representativos, ennegrecían una pizca más su piel a costa de esclavos guineanos. ¿Influye este ambiente portugués en la formación y personalidad colombina? En lo que se refiere a alicientes comerciales, apenas nada o muy poco. Las repúblicas mercantiles italianas fueron escuela para toda Europa, y a través de caminos interiores o del Estrecho de Gibraltar su prosperidad económica terminó desbordándose y enriqueciendo al Atlántico costero. Personajes como Colón, bebiendo en las mejores fuentes, lo tenían bien aprendido; casi lo sabían todo.

Otra cosa bien distinta es lo referente a la navegación oceánica. Sobre todo este punto, un marinero mediterráneo, como fue nuestro nauta hasta su arribada a Portugal, tenía mucho que aprender de los grandes navegantes luso-castellanos, habituados al Atlántico40. Tuvo que aprender y lo hizo pronto.

La escuela de navegación mediterránea, acostumbrada al cabotaje, o dicho en frase más expresiva a que un marinero almuerce en un puerto y cene en otro, navegando siempre cerca de tierra por un mar bastante calmo difería grandemente de la escuela oceánica enfrentándose a una mar más fuerte, con vientos y corrientes que había que conocer, y a una navegación de altura en que los viajes duran muchos días, a veces hasta meses, sin ver ni pisar tierra. Un experto navegante del Atlántico podía brillar igualmente en el Mediterráneo; lo contrario será más difícil, sobre todo entonces.